25 febrero 2007

CON TROZOS DE AZULEJOS





Sobre la imagen de su último reflejo, un hombre me mira y luego escapa con su rostro agrietado de tanto buscarse, ya nada detiene al relámpago de ese instante el de no pertenecer a ese retrato abominable del no ser... de ese reflejo ajado de sí mismo en el espejo.
Solo fugaz recoge entonces las miserias de este mundo hastiado de alimentarse con ellas, y escupe la última noche vivida en vano en esta ciudad.
Con esos restos de azulejos se construyo una nueva, e inventa calles, rostros, árboles y sueña otros destinos, no solo para sí, mas bien diría que acaba de soñar esta creación por la vocación de “los otros”, su Karma inevitable.
La calle “naufragio” es la principal de su arquitectura, y esta hecha con recuerdos de cosas para siempre perdidas, una calle interminable que vuelve inmensa a esta nueva ciudad en llamas.
Decide crearla entonces solo de “noche”, y todo parece aquietarse en la calma aquella de los estanques... (El día es una sombra entonces recortada en la espera, ansiosa por dar batalla)... e igual a pesar de todo amanecerá sobre esta calle cuando él se duerma esa otra enfermedad inevitable.
Entonces creará un puente para unir otras ciudades desesperadas, tan solo con gotas de tiempo.
Y un niño correrá por él para atrapar a su cachorro, y este escapará envuelto en las babas de un veneno humano y no habrá milagros ni resurrección, solo otros perros vendrán porque más niños esperan... porque el veneno de estos hombres parece también interminable, sobre todo en le final de los domingos, cuando esos esqueletos cubiertos de piel regresan de sus misas multiplicadoras de miseria.
En esta ciudad entonces ya estarán ausentes los domingos.
Y habrá otra calle nocturna y un puente cronometrado y seis (6) días solamente.
Y con su sangre construirá “La espera”, barriendo todo oscuro presentimiento de abrazos falsos, de llegadas desafortunadas y encenderá las últimas velas en los pasillos de su alma, porque los que vendrán por esta calle serán llamados a ser santos, porque no cabrá otra posibilidad.
Y esta ciudad hecha con trozos de azulejos, desterrará a los mediocres que huirán perdidos en sus laberintos falsamente iluminados y extraños.
Y en ese éxodo de los cinco (5) días que me restan ellos morirán en el desierto.
Y por última vez, las aves de la carroña ennegrecerán este cielo y escuchará los últimos aullidos de los falsos pastores, que siempre me llegan como a destiempo.
Entonces una calle mas habrá en esta ciudad, y será solo de “agua”, y la sed estará en los genes de los nuevos niños pensados lejos del pecado.
Y los jueces serán encarcelados por última vez, y morderán de hambre las rejas y otro rayo iluminará esta noche, y otro incendio quemará el orden inventado.
Y un jardinero será el Rey, y será mudo mientras tanto, mientras dure la cosecha de estrellas y las flores ya no tendrán el mismo destino, porque habrá escuelas para destinos posibles y una nueva calle se construirá con “sueños” y en esa calle crecerán los niños.
Y habrá también plazas de palabras y habrá nuevas palabras cada día.
Y ya presiente que amanece y cree escuchar esas voces, y ve nacer las plazas y otras calles.
Y mi mano distante y absurda, lejos ensaya otras cosas sobre la nada de esta noche y una estrella brilla pegada a la rama de un árbol que pronto dará sus frutos.
Y creo escuchar tus pasos, y solo espero que sea cierto...
Me parece verte, entonces toco mi boca seca y sueño tu beso e invento otra calle “imposible” situada entre tu boca y mi boca, entre la noche y este amanecer, entre tu tiempo y mis tiempos, en la espera en la calma, bajo esta luna de marzo que ilumina las dos ciudades y una sola será cierta, y moriré si fallas, si no llegas y si no me besas en mi ciudad hecha en el reflejo con trozos de azulejos.

EL PARQUE DE LOS HOMBRES ARRODILLADOS


... (lo que vendrá como otra de las venganzas.)

Sobre el Este cardinal rojo del tiempo, maduran distraídas naranjas sin sospechar cosechas.
En el lado opuesto las nubes se arman en tormenta, apretando sus dientes negros como un acierto feroz para enterrar al sol de este viernes DEFINITIVO.
Una maldita imagen paraliza la secuencia y vuelve lento al paso del tiempo, si es que es verdad que a veces transcurre.
“En un parque gris, yacen los restos de unos juegos de niños y es habitado por seres como humanos, podríamos decir como mayores, o ancianos, el número de ellos es impreciso, pero permanecen de rodillas como escondiendo su rostro y algo pudiera delatarlos.
Intuyo fiebre en esa imagen, dificultad en el respirar, asfixia y veneno... como si la fiebre fuera digitada por “manos invisibles”.
Y en ese parque se escucha un aullido de cadenas oxidadas y un murmullo fantasmal, mediocre y confuso.
La imagen se repite y anochece sobre ella, y en ese parque mas luego se anticipa un amanecer, después una media mañana.
Y no hay posibilidad alguna para un rostro diferente en esta raza, que alguna vez imagino nostálgico fue mía también.
“LA PESTE ES LETAL Y HACE OLVIDAR EL JUEGO EN ESE LUGAR SAGRADO. MI LLANTO DE NIÑO ES INEVITABLE ENTONCES, POR LA MUERTE EN UN NÚMERO IMPRECISO DE esos HOMBRES ARRODILLADOS EN EL PARQUE”.

23 febrero 2007

INNOVADORES



“Con el sol de la mañana habitaba, en el mediodía, a media tarde, así volvía del patio ese ruido fantasmal, arrastrando los pies esa bestia como rodeado por una enfermedad del alma de su encierro mas simple, y el más implacable… el del paso del tiempo.
Con la sangre violada por días, con la sangre revelada por noches…
Aparece seca esa imagen, esa mancha en el centro del patio, en el centro de todo.
Sin cadáver propio esa imagen, solo los fantasmas propios todos danzando sobre los bordes del charco de sangre de una generación perdida.
Pero muertos de sed otros encuentran ahí donde beber y lo hacen, y luego lo niegan… como otras bestias amorfas en el inicio de otro mundo, sobre la maldita podredumbre de un día más de otro pueblo muerto por las hienas, en el norte del mapa y en el sur del mundo.”

Nubes



NUBES ATRAPADAS EN REDES DE HUMEDAD (repetición en secuencia).
Como fotografías de tiempo quieto en la superficie de la tierra, los árboles detenidos por impactos letales de gotas de la última lluvia, calles hechas de charcos de restos humanos y brillos de agua.
Y esas nubes, con la precisión de un bisturí tocando los bordes de las casas y los edificios abandonados hasta hacerlos sangrar, en el silencio más perfecto de la quietud de la noche.
En mi pecho la respiración detenida no era un milagro, como otras tantas veces, repetidas, era la libertad del cazador acechando para dejarse cazar finalmente en este juego de dos.
Y esa nubes entonces, delicadas y suaves, atravesando mi cuerpo como curándome de heridas de guerras largas, de amontonar demasiados días absurdos.

05 febrero 2007

Del maldito arte de escribir...y la cultura

Realidades inmensamente aplastantes sobreviven en la humedad de este final de lluvias, sobre una cinta difusa hay un viaje casi infinito a buscar la llama de un contacto, de entre fósiles pensamientos de una civilización moderna, de muertes veloces y de sustancia escasa.
Deforme es el hallazgo siempre en un hueco de esa máquina que escuché que llaman tiempo.
Bajo con la luz encendida de mi lámpara, y hallo en el suelo dibujado un triángulo A y B en la base, y una secuencia mínima de energía los une, como una necesidad precaria de subsistencia, yo diría de lástima de construir destinos con bases tan endebles.
En el ángulo superior estaba inversamente la letra C, la que impartía y elevaba el debate de vez en cuando, y dos líneas en secuencia, fragmentadas, tímidas para conexión e intercambio, eso era todo se los juro, para que agregar ese olor nauseabundo de tripas secas, de estiércol carroñero, de tiempo en salvar ese símbolo ahora muerto, ahora inmóvil.
A eso se animaban a llamar cultura, a una fórmula acabada, en comunicación de mínima frecuencia, en un estado vegetal, con hojas secas de un cerebro viejo, harto preciso como la piedra de los diez mandamientos, sin una semilla, sin una gota de savia, un goteo mezquino en espiral, que iba y venía sobre las paredes de ese preciso triángulo, y todo ahí abajo, en esa profundidad inmediata del ser.
Escucho el rechinar de las cadenas y esa roldada en el medio de la noche, y la cubeta en busca de esa sabia ausente…sonidos de piedras, devuelve la nada.
Y muerto de sed entonces abandono ese exilio, con la boca seca, con los ojos desorbitados, con la mente analfabeta…y levanto las manos en el delirio y encuentro flores amarillas para otro funeral, que ya no es el mío, y arranco una fruta que madura en mi boca y beso ese contacto, en una frecuencia más alta y superior, que estaba a dos renglones de distancia.

El lento camino a la canonización


Por Maximiliano Tomas

Hay tantas teorías sobre la escritura como escritores. De hecho, si hay un libro que me gustaría tener en la biblioteca sería ése: una antología que recopile las reflexiones de los maestros de la literatura sobre el oficio de escribir. No podrían faltar los consejos de Ernest Hemingway (“Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal”), de Gabriel García Márquez (“Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad”) o de Flannery O’Connor (“Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando se pueden seguir viendo más y más cosas en él y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno”). Sería, es cierto, un libro inútil, porque la verdadera literatura escapa a las recetas; inútil, y por eso mismo, delicioso.
El chileno Roberto Bolaño también sucumbió a la tentación de elaborar su propia lista de recomendaciones. En el punto 8 de su dodecálogo “El arte de escribir cuentos” advierte: “Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges”. En el 9, agrega: “La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra”. Y en el 10: “Piensen en el punto número 9. Uno debe pensar en el 9. De ser posible: de rodillas”.
Los libros de Bolaño experimentan en la Argentina un extraño fenómeno de ventas, silencioso pero sostenido. Apenas llegan al país, sus novelas y cuentos desaparecen de las librerías. En un primer momento considerado como un “escritor para escritores”, y luego admirado por la crítica, parece haber emprendido desde su muerte un lento camino a la canonización, que la demanda de los lectores no hace sino confirmar. Bolaño es, como decía Sa-
linger, uno de esos escritores a los que luego de leer dan ganas de llamar por teléfono: un narrador de una inteligencia poco frecuente y de un enorme sentido del humor. La última entrevista que le hicieron en vida, en julio de 2003, lo prueba. Allí habla de fútbol (“Mis equipos favoritos son los que bajaron a segunda, y luego a tercera y a regional hasta desaparecer. Los equipos fantasma”), de política (“Me aburre el discurso vacío de la izquierda; el de la derecha ya lo doy por sentado”), de la muerte (“No creo en el más allá. Si existiera, qué sorpresa. Me matricularía de inmediato en algún curso que estuviera dando Pascal”) y de su vocación (“Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que escritor. Alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas”).
Hace unos días terminé Los detectives salvajes, el que casi todos consideran su mejor libro (yo me quedo con Estrella distante: la novela más tenebrosa escrita nunca sobre la dictadura militar argentina, aunque transcurra en Chile). A mitad del libro se me ocurrió que Los detectives... podía ser leída como la Rayuela del post boom. Las semejanzas con Cortázar son evidentes: los guiños generacionales, el relato fragmentado, incluso la extensión de los libros; todo hace pensar en obras gemelas. Asombrado por mi propia idea, di vuelta la novela y fui a los comentarios de la contratapa. Allí, Enrique Vila-Matas escribe: “Un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar”. Y un poco más abajo, Jorge Edwards: “Un libro de la familia literaria de Paradiso, de Rayuela, de Adán Buenosayres”. Como suele decirse, la originalidad es una utopía –o una vanidad–, y la propia lucidez es siempre más exigua que la deseada.