19 agosto 2007

BORDES

Sobre la carne reseca del tiempo vivido en vano, la secuencia es simple al parecer, sola una simple continuidad del tiempo… como regla a seguir en el acumular, pero erróneamente el acumular de vida no estaba ahí…
La fragilidad entonces, entre cuerdas de guitarra esta la bronca de algunas muertes cotidianas, las que salen a llenar esos simples cementerios de los mortales, ese reflejo mal nacido entre la muerte y la vida, para marcar diferencias en ese estado concebido, sin posibilidad de una defensa del alma del que se ha ido…

El amanecer entonces se revela detenido en flores marchitas de un muerto, con sus cintas sobre el frío metal de esa cruz baja y silenciosa, y sobre la gris tierra del campo santo en esa ausencia de humedad, en la disminución de mi presencia esta una clave exacta del tiempo- espacio- noche y experiencia.
La luna rueda sobre le brillo del veril, filoso como la sospecha santa de que la otras muertes también rondan el paisaje del barro original, del verde follaje de esos sauces y esos carrizos al costado de esta navegación provocadora.
Sobre el torrente en llamas del río rojo hacia el sur, la narración deja olvidados sus naves pequeñas como cáscaras al garete, como alimento de la tormenta que el hombre mismo inventa bebiéndose sus alcoholes, y que luego le grita al mundo y al viento como única posibilidad de matar a ese animal sediento que le consume por dentro, y así parece llenar cada espacio, cada reducto de sangre donde dicen que existió algunas vez el amor de una mujer y un puerto donde amarrar.
Ahora es ese cuerpo la clave, afuera quemado de soles, adentro, alcohol, arena, y algo de viento siempre del norte, como si esto fuera poco.
Y Navegar en esa curvatura atrapado por esa sensación de no encontrar esa fisura, porque el tiempo ahí es una trampa, que va más allá de clavar las fijas sobre el lomo brillante de los peces, es la lucha contra el agua, más allá de la búsqueda de la huella del carpincho, más que voltear los árboles en esa secreta venganza de que el sudor inútil calmaría al fin la ambición del patrón y su mirada en la tormenta.
Y ahí estaba el tiempo, en la canoa a camalote sobre la espalda rojiza del río en la tarde, bajo las navajas de esos rayos del sol que como astillas le daban nombre a esos niños descalzos sobre el borde de la tierra, la tierra de los simples mortales, el borde de la verdad que dicen los libros, y el regreso con esa muerte inconscientes de mí, de estos brazos del remo, armas de la fuga diaria, sobre el camino sin huellas del agua… bebo entonces en el atardecer del agua, secreta religión silencio total en la canoa, una remada más y una costilla de madera que crea y que me deja la boca de mi mujer en la proa, y se que dios no existe entonces…que nunca existió sobre este misterio.