13 abril 2012

ABUELO 1


Venancio

I Venancio… aquella gota

Para que persignarse ante ese bajo cementerio pensó Venancio…

Si al paso que venía marchando la hacienda en arreo, hace dos días, mataba todo tipo de credos.

Insistió él con su grito y luego fue el rebenque, en vano, nada puede con la quietud de la seca de este enero, vacío del tiempo.

Probó Venancio forzando la hacienda en la noche, en esta sensación de estar siempre quieta, fantasmal que no era sana (se dijo), y en silencio solo atinó a tocar con los dedos el borde de su sombrero ante el cementerio, bajo, de dos días.

Conocía este hombre de sobra el paisaje, el camino polvoriento, sabía que a su paso unido a la hacienda, perdido en la hacienda, era tan solo un fantasma, o acaso siempre lo fue, quiso interrogarse apurando con la espuela a su caballo…pero era mucho para un hombre solo, parco, pobre y analfabeto. Cuanto faltaría para el puerto de Lavalle, el destino con estas cien cabezas en pie contadas, marcadas y ya vendidas por el patrón.

El viento norte cruzó por su cabeza en ese instante, cuando sus dedos rozaban el borde de su sombrero, ante ese bajo cementerio, se movieron tristes flores descoloridas de tela y unas cintas colgadas de unas cruces, pero solo eso, y una gota de sudor bajaba de su rostro al caer la tarde en un galope detenido.

11 abril 2012

ABUELO



Ovidio…

Hay una gota de agua apretada entre el celaje y el pastizal, crepita la grama amarilla ocultando secretos, el paso del caballo alejándose de la estancia Crurú Cuá, el suelo gris metal, reproduce como un eco el sonido de esos pasos que también van muriendo apretados en el final de este enero.

Gris la situación de esta tierra, un expediente innecesario para el mundo y su farsa, sin plazos para el final, se adelanta a su lecho quieto de agonía donde este hecho cobra vida, aún sin testigos, ya que nada anticipa el esperado temporal.

Aprieta con las polainas a rayas el cuerpo sediento de su zaino, y va apartando cardos y ramas espinosas arreando vacas hacia el estero bajo buscando un poco de humedad, eso que le iba quitando la vida, junto a esos 37 años de servicio para el patrón Victoriano Rodeles.

Dos días y sus noches empujando una hacienda ciega hacia el agua, escuchando el valar de fuego de esas bestias sedientas, que van creando un remolino de moscas en silencio demencial, en de rededor de sus cuernos y de sus cueros manchados de sudor.

Unos pasos atrás, casi como un reflejo, como un espejismo en sombras, “Caraicho” poseído por el silencio de los días y la ausencia del alcohol, agita los brazos enloquecidos como para apurar la hacienda, en realidad apura el paso para apurar sus males que le daban vida todavía.

La soledad, el vino, la pobreza…el olvido.

Capataz el uno (Ovidio), patiero el otro (Caraicho), inventando religiones con el polvo del camino, jamás salieron un día al trabajo del amanecer sin un Dios, un dios único de los peones.

A quien se le puede ocurrir que esto sea el destino, que valor alguno puede tener mover la hacienda por varios días, más que llevar dinero para el patrón, y encontrar restos humanos como se pueda, inventando caminos sobre la tierra seca, y la humedad es una boca, es un bajo del estero, es una fantasía o acaso solo un sueño.

Con estos animales el buen señor indemnizaba a su alma, y con ellos, ellos fundaban una historia.