El camino de la palabra y el silencio
“cada uno tiene una sombra que lo inquieta”, suficiente
motivo para emprender el viaje o por los menos para dar cuenta de él, hacia la
selva misionera, como una misión personal quizás, una prueba familiar de hacer polvo
a las distancias para ver que había sido de mi silencio ahora lejos, y herido
por los bordes en filo de cierta abundancia de palabras del mundo moderno.
“Voy a ver cuánto estoy dispuesto a callar” (le dije a
Enrique), y me metí liviano al corazón de la selva, con poca agenda, como si
algo me dijera que si no hay RITO, si no hay salida, no habría orden para
seguir un plan desde la posición en la que hoy pisaba la tierra.
Estaba perdiendo el tiempo en ese lugar. (como un error y
como un acierto), en esa profundidad indagué en la profundidad de cierta palabra oculta
(personal) como una clave, para zambullirme inconsciente en esa cosmovisión que
me pertenece y que no reconocía ni a plena luz del día.
Lidio, anticipó mi llegada a la cabaña Guyra Retá, y ahí esperé por
Dionisio mi primer contacto y “guardián”, solo este nombre
(adjetivo-sustantivo) me devolvió a la infancia donde “Hay algo que está más
allá, que nos cuida para que el Mal no venga” .
Dionisio caminaba descalzo sobre las tablas del piso de
la cabaña y yo también, y rápidamente amontonamos pequeñas cotidianeidades para
ponernos de acuerdo, yo no tenía más (era con lo que viajaba), él, tampoco
(porque no formaba parte de su mundo), sobre esas CARENCIAS del mundo
occidental PARTIMOS al viaje, al pan y al tiempo.
Confieso que el primer atardecer forzó a mi cuerpo hasta
torcerlo y luego en la mañana amanecí tarde, vaya sensación de saber que el
mundo se hizo igual sin mí… aún estaba lejos, aún no había llegado “NO PASE SIN
LLEGAR” reza el cartel de mburubichá ro, la casa del cacique Alejandro, más que
una invitación amable, un desafío
interno de abandonar aún más esas palabras adheridas a la corteza de mi
lengua.
Desprendía la palabra CULPA y luego fui llevado por el
sendero como si fuera un ciego, harto de ver cosas del otro lado de la Aldea, y
ahí fui dejando algunos excesos en las trampas tendidas para la cacería, aripuca,
mondé pi, mondé i, mondé py guachú, y otra trampa la de poder llegar al arroyo…
ese día hoy estaba lejos.
Y llegó la noche, y como niño recordé esas figuras en el
cielo armadas con estrellas, hasta que la cruz del sur se metió entre los hojas
del eucaliptus y de ahí en curva la
constelación hasta la Aldea, “ese es el camino del tapir” dijo Dionisio, de
norte a sur en el comienzo de la noche y luego se cruza en la madrugada, por
esas huellas del cielo como un espejo en
el silencio de la selva, se buscan desde siglos cazador y presa.
Sigiloso por la selva, en silencio, con el nombre que le
fue revelado para el nuevo tiempo, así probó por primera vez el fruto del
yabotí cava ( y después de ese néctar crecieron en él sus palabras).
Amanece en la selva, la humedad crea a los árboles, a las
nubes y despierta a los pájaros, plumones grises que inauguran cantos como
elemento primordial para ponerle luego
el eco a los pechos de los hombres, que siempre vendrán después.
En su banco espera el cacique Alejandro, hoy vas a ir al
arroyo Paraíso y visitarás de paso a Ciriaco (Opygua), sonríe, fuma, hablamos de política, apreté su manos y le dije
que regresaré para que cuando este en flor su planta de durazno.
Un par de niños, yo niño, veinte niños, corriendo por la
ladera de la selva, y al fin las mariposas, las piedras y el arroyo, desnudo el
mundo de nuevo, una distracción sagrada, que vuelve más idiota el mundo escrito
del hombre y de sus dioses.
Como si yo fuera un animal de un zoológico extraño, me
dicen Yuá, y me hacen idiota de lo que fui regalándome piedras y puñados de
mariposas amarillas y violetas, escondí algunas las lágrimas para siempre… por
pudor…por lástima de mi raza… por miles de hombres que han abandonado a su
niño, y luego corrí de nuevo feliz por esa selva.
Ciriaco me esperaba, le dije a los niños que me quedaba
un instante, solo Patricio se quedó conmigo, le dije que venía de lejos, que
quería su oración para la protección de mi regreso, y entré con su permiso en
Opy ché (casa del sacerdote), camine sobre las cenizas de los años, entre el
humo del fuego y el tabaco y escuché en silencio un remolino de mil vientos,
que se metían por el techo de tacuaras.
Emprendí el regreso convencido como el vuelo de las
palomas surcando el cielo de esas tardes en la selva, y corrí para llegar a las
tumbas reciente de mis abuelos en el campo santo de esos campos de corrientes,
pregunté por Luciano el más anciano del pueblo, y alguien me dijo hace poco que
se había muerto, apreté esos mensajes como si fueran santas semillas y las
acerque a mi pecho.
Cerca de casa ya, recordé una primera imagen de la
primera mañana en la cabaña, sobre un hojita finita del pasto mojado por el
rocío dos mariposas se tocaban apenas sus alas y luego como en un juego se
alejaban, tanta felicidad acumulada, … en tan solo una gota de AAGUA.
Felicidades Amigos “Ñandepavévya”
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