LA CANASTA
SOMOS RESPONSABLES DEL ROBO…DE LA CONFIANZA
Luego de leer una nota de opinión y de cara a los festejos de Fundación de la ciudad creo que es una invitación a reflexionar sobre esta frase
“Ni siquiera un buen fin justifica que los políticos mientan”.La pregunta de origen es sobre si un funcionario ¿debería mentir? ¿Debe hacerlo en ciertas circunstancias? Este interrogante ético será fundamental para el debate.
Muchos sostienen y la misma sociedad también se fue lamentablemente acostumbrando a creer que el Estado y, por ende sus funcionarios tienen reglas morales distintas de las del ciudadano común. Como entender entonces semejante política de poder que de sentido común parece inaceptable, cuando se formula la misma pregunta sobre la mentira a otros dicen que el Estado tiene una moral diferente de la del individuo aparentemente a corroborar por los últimos hechos de trascendencia local (Fotos obscenas, pase a archivos de legajos millonarios, suspensiones a funcionarios que nunca llegaron, ahora una licitación con gruesos errores en su adjudicación, o por lo menos rondando situaciones ilícitas si es que la justicia no dice lo contrario.En las reuniones de políticas públicas (ejecutivas-legislativas) poco se discuten cuestiones éticas, y menos pensarlas que si están ausentes daña el tejido de confianza social.
Desde 1997 está la Declaración de las Responsabilidades Humanas, emitida por un Consejo Internacional referido directamente a Políticas Públicas declara en su artículo 12 se refiere a la veracidad, y dice: "Nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir". Pero le sigue una contrapartida: El derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Pero no exageremos. Los políticos también son seres humanos y, en un aprieto, hasta una persona veraz puede mentir.
Una mentira es una declaración que no concuerda con la opinión de quien la formula y apunta a engañar a otros, ya sea para perjudicarlos o bien para obtener una ventaja personal.
La franqueza es un requisito de cualquier gestión eficaz. A la larga, el juego sucio y el engaño no dan resultado. ¿Por qué? Porque socavan la confianza. Y sin confianza es imposible hacer una política que modele el futuro, ahora bien a esta gestión cuanto le importa verdaderamente dejar un mensaje de confianza en su sucesor, ya que para esto no falta tanto tiempo.
Aquí los intereses políticos y las apetencias personales rompen el clima de intimidad vivido hasta aquí, entonces como un efecto cascada de los que quedan ahora afuera, la ropa de cama es lavada de cara a la sociedad.
Como primera pérdida institucional hasta aquí, los errores de gestión y de funcionalidad, son presentados como errores compartidos entre diferentes poderes (la culpa es menos culpa si es de todos).
La segunda es la pérdida de autoridad y de legitimidad del discurso del representante del poder ejecutivo, que solo habla a través de su Asesor Letrado, habla técnicamente, porque su discurso popular está totalmente desdibujado.
Técnicamente la verdad o veracidad es forzada socialmente a aparecer, muchas veces con muecas de caprichos, con altiveces baratos, con prepotencia y cansancio del desgaste típico de la erosión política.En consecuencia, la veracidad –reconocida como el requisito básico de la sociedad humana- rige no solo le es díficil para el ciudadano común, sino también, y en particular, para los políticos.
Porque los políticos son especialmente responsables del bien común. Además, gozan de bastantes privilegios. Si mienten en público y faltan a su palabra (sobre todo después de las elecciones), el resentimiento popular resulta comprensible. En las democracias, lo pagan con la pérdida de confianza, de votos y hasta del cargo. Hay una frase que define un poco la cuestión: para que una mentira se parezca a la verdad o tenga apariencia de tal, tiene que traer consigo otras siete. "Hubo muchos momentos difíciles en la historia local (183 años) donde como sociedad quizás no podíamos discernir sobre la verdad y, a menudo, esta aparecía callada o oculta, siempre estaba en el imaginario social, quizás en la calle, en los pasillos, en la gente, la misma que hoy posee ese derecho de saber que si ocupa su lugar irá en su búsqueda definitiva.
Pero pasan las horas y alguien (con varios nombres) se roba la canasta de la confianza entre el estado-ciudadano… en la casa pública todavía parece haber lugar para otra mentira.
Luego de leer una nota de opinión y de cara a los festejos de Fundación de la ciudad creo que es una invitación a reflexionar sobre esta frase
“Ni siquiera un buen fin justifica que los políticos mientan”.La pregunta de origen es sobre si un funcionario ¿debería mentir? ¿Debe hacerlo en ciertas circunstancias? Este interrogante ético será fundamental para el debate.
Muchos sostienen y la misma sociedad también se fue lamentablemente acostumbrando a creer que el Estado y, por ende sus funcionarios tienen reglas morales distintas de las del ciudadano común. Como entender entonces semejante política de poder que de sentido común parece inaceptable, cuando se formula la misma pregunta sobre la mentira a otros dicen que el Estado tiene una moral diferente de la del individuo aparentemente a corroborar por los últimos hechos de trascendencia local (Fotos obscenas, pase a archivos de legajos millonarios, suspensiones a funcionarios que nunca llegaron, ahora una licitación con gruesos errores en su adjudicación, o por lo menos rondando situaciones ilícitas si es que la justicia no dice lo contrario.En las reuniones de políticas públicas (ejecutivas-legislativas) poco se discuten cuestiones éticas, y menos pensarlas que si están ausentes daña el tejido de confianza social.
Desde 1997 está la Declaración de las Responsabilidades Humanas, emitida por un Consejo Internacional referido directamente a Políticas Públicas declara en su artículo 12 se refiere a la veracidad, y dice: "Nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir". Pero le sigue una contrapartida: El derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Pero no exageremos. Los políticos también son seres humanos y, en un aprieto, hasta una persona veraz puede mentir.
Una mentira es una declaración que no concuerda con la opinión de quien la formula y apunta a engañar a otros, ya sea para perjudicarlos o bien para obtener una ventaja personal.
La franqueza es un requisito de cualquier gestión eficaz. A la larga, el juego sucio y el engaño no dan resultado. ¿Por qué? Porque socavan la confianza. Y sin confianza es imposible hacer una política que modele el futuro, ahora bien a esta gestión cuanto le importa verdaderamente dejar un mensaje de confianza en su sucesor, ya que para esto no falta tanto tiempo.
Aquí los intereses políticos y las apetencias personales rompen el clima de intimidad vivido hasta aquí, entonces como un efecto cascada de los que quedan ahora afuera, la ropa de cama es lavada de cara a la sociedad.
Como primera pérdida institucional hasta aquí, los errores de gestión y de funcionalidad, son presentados como errores compartidos entre diferentes poderes (la culpa es menos culpa si es de todos).
La segunda es la pérdida de autoridad y de legitimidad del discurso del representante del poder ejecutivo, que solo habla a través de su Asesor Letrado, habla técnicamente, porque su discurso popular está totalmente desdibujado.
Técnicamente la verdad o veracidad es forzada socialmente a aparecer, muchas veces con muecas de caprichos, con altiveces baratos, con prepotencia y cansancio del desgaste típico de la erosión política.En consecuencia, la veracidad –reconocida como el requisito básico de la sociedad humana- rige no solo le es díficil para el ciudadano común, sino también, y en particular, para los políticos.
Porque los políticos son especialmente responsables del bien común. Además, gozan de bastantes privilegios. Si mienten en público y faltan a su palabra (sobre todo después de las elecciones), el resentimiento popular resulta comprensible. En las democracias, lo pagan con la pérdida de confianza, de votos y hasta del cargo. Hay una frase que define un poco la cuestión: para que una mentira se parezca a la verdad o tenga apariencia de tal, tiene que traer consigo otras siete. "Hubo muchos momentos difíciles en la historia local (183 años) donde como sociedad quizás no podíamos discernir sobre la verdad y, a menudo, esta aparecía callada o oculta, siempre estaba en el imaginario social, quizás en la calle, en los pasillos, en la gente, la misma que hoy posee ese derecho de saber que si ocupa su lugar irá en su búsqueda definitiva.
Pero pasan las horas y alguien (con varios nombres) se roba la canasta de la confianza entre el estado-ciudadano… en la casa pública todavía parece haber lugar para otra mentira.
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