19 noviembre 2014

REMIGIO

Las mandarinas, las quietas mandarinas de Remigio, en esa caja, vacía y liviana de la muerte… solo la certeza de estar ahí y comprobar como dejan este mundo en silencio los hombres santos, los buenos, los contados con los dedos de la mano, acaso que otra cosa busca el tiempo y sus discurrir, sino mostrar a pleno la baraja, de los hombres, de sus nombres, en su breve lapso sobre esta tierra, gris, para los pobres.
Anoche en sueños, me estirabas las manos, con esos dedos largos y marrones como habanos de un lado y las palmas claras, limpias para el injerto.
Veo tus uñas clavar la ancha cáscara de esas mandarinas, esas que las hiciste para mi infancia, para el sabor único que tiene la infancia, ahí en casa de los abuelos, en alguna tarde, en silencio como te gustaba hacer las cosas importantes y de lejos la radio con el partido de Racing, que quizás empate…
Esas tres únicas plantas de mandarinas, al bordecito de la tierra arada y al fondo la laguna, el otro misterio de las aguas, la escoba de pichana en silencio desde el ancho patio bajo las largas ramas de la mora, la fiambrera, el catre de Venancio en el alerito del rancho, y el juego de esos niños, ahora distantes, hermanos y primos…
Esas uñas clavadas en la cáscara de las mandarinas, hechas solo para la infancia, naranjadas brillantes de la tarde en las Lomas…
Esa sonrisa del Remigio, esas arrugas en la cara, la de los buenos tipos para siempre…. Y este mordisco que me da en el sueño, que me hace correr por ese campito del abuelo, rodear el rancho en plena siesta prohibida por los silbidos, y ahí morder de nuevo como lo hago ahora, esa mandarina de Remigio creada solo para la INFANCIA.

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