agua
Una gota, una grieta
También pudo ser un beso sagrado, buscando esa gota de agua,
instinto inocente de niño, sincero sobre la tierra sin mal tapado por la
civilización…
El impacto, la foto, la otredad, todo el asombro estaba ahí,
sediento ese niño animal, aquí en el norte donde los calores son urgentes y las
plazas pocas…más para un niño que viene de visita a lo que somos nosotros,
desde la cada vez más escasa selva misionera.
Hace unos años en un viaje a colonia La Flor (El Soberbio),
me recibió el cacique Alejandro bajo un bello durazno, nacido en esa tierra de
senderos rojos y paredes de intenso verde, en esa posta inicial sabiamente el
cacique “descongeló en mi la cosmogonía infectada de la abundancia”, con pocas
palabras certeras.
Descubrí entonces lo buscaba, un amanecer de pájaros, un
atardecer eterno, un anochecer de estrellas y ahí seguida la espesa bruma de
humedad que nacía de la selva, todos los días como un rito.
Por esos senderos una mañana unos 50 niños me guiaron en un
juego del idioma y una mezcla animal, bajamos unas laderas en galería, unas
piedras oscuras y húmedas y ahí estaba la maravilla del “arroyo paraíso”,
torrentoso, brillante, en él, los más de cincuenta niños en toda la desnudez de
origen iniciaban para mí el rito de los regalos, un puñado de mariposas, un
puñado de piedritas brillantes, unos caracoles, para ese “yuruá” (blanco),
estúpido, conquistador, mezquino, condición en la que llegaba a esas tierras.
Así, quedé perplejo ente tanta y sencilla maravilla, aún
hasta hoy difícil de describir, y menos que menos de reintegrar, devolver,
hacer justicia, asistencia, caridad, ante un pueblo aparentemente “pobre”.
Recordé una primera imagen “sobre una hojita finita de la
gramilla mojada aún por el rocío, dos mariposas se tocaban apenas sus alas y
luego como en un juego se alejaban, tanta felicidad acumulada, en tan solo una
gota de agua”
Para colmo, este diciembre arde en las plazas de la lucha,
de las divisiones marcadas, de la grieta que al fin también es cultural, quizás
ese niño entonces mamaba desde el acuífero esa sagrada gota cargada de paz para
el mundo, y en nuestra urgencia vimos otra cosa.
Quizás sin nombre todavía ese niño, porque en el rito donde
también se vuelve todo tan urgente, “que bajará su nombre para el alma” quizás
aún no ha sido, y pudo más la cacería, la hambruna, la enfermedad, la venta de
esas baratijas para el mercado, con esos ojos perdidos de su madre, y entonces
siguiendo huellitas de tapir, o buscando el sabor del yabotí, fruto dulce del
amor, se perdió en la plaza…y anduvo olfateando como un felino, hasta que halló
el lugar para todo, esa conexión umbilical con todo al fin, naturaleza, nombre,
religión, cosmos, estrellas y planetas, estiró su lengua en hueco de la tierra
caliente de Misiones, y extrajo el néctar en esa gota, brillante, y en ella vio
sus ojos por primera vez, y en esa gota vio a su padre traer al hombro el tapir
para la reunión familiar, y sintió el sabor de esa carne, y pudo presentir
reunir los huesos de ese animal, para armar de nuevo el rompecabezas del mundo,
del único al fin, donde siento que estoy ahora, y en donde el calor descongela
mi pobre cosmogonía…es una gota sagrada de agua de paz, que está ya en la boca
de ese niño nacido quizás para ser Cacique, o mago, o brujo, o sacerdote lejos
de toda la otredad que solo ve con su ojo de lástima y de pobreza.
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