06 enero 2007

LA ISLA CREADORA


Violando unas de las reglas centrales en la literatura según conceptos propios, nada puede narrarse sin la ausencia del narrador para que exista el texto, es más parece ser inviolable esta regla.
Habría que ver entonces que concepto distinto ofrece la repetición del paisaje en ella, en el milagro venido a menos digamos cotidiano de narrar, como enumeración de cosas, casi perfecciones de la lengua solamente, ya que uno ingresa en ese mecanismo y a la vez ensaya algo al parecer inconsciente, pero en realidad va eligiendo entre pre- diseños, pre-determinaciones o moldes más o menos felices a la hora de que escribir mientras narra.
Así se construye la nueva lengua poética, esa forma estilizada de no parecerse al otro, depende de una posibilidad ejercitada de la memoria en no repetir solo a su creación más reciente o ajena que más da, si uno hasta suele creerse en estos trámites dueño de un par de circunstancias fortuitas, que suele revelar primero a sus cercanos amigos mas luego a su lectores, con estas frases: estuve creando, esta es mi nueva poesía, mi primer hijo y algunas que otras barbaridades habituales.
He aquí una nueva circunstancia a la cual deseo referirme, una repetición sobre el paisaje, a veces esa construcción esencial donde situar al narrador, no siempre a la cuestión puramente poética.
De tanta repetición huele este antiguo misterio a falsedad inmediata, y no solo que se anula al narrador de esta forma al quitarle la escenografía primaria, sino a la vez logra la invalidez de todo tipo de narrador y en definitiva de narración de concepto verdadero.
Aquí debe el poeta lograr una regresión cuando entiende que ese camino hasta ayer cierto, es inútil ante la crítica más profunda que excede a si mismo, y que su fruto tan solo debería pertenecer al núcleo de creación que escapa por primera vez de su eje de construcción primaria, y debe elaborar un eje verdadero como inicio de un segundo ciclo en su creación.
La soledad magnifica consejera sobrevuela el pensamiento del poeta, y libre recorre la aldea, sobre esa huellas vacías definitivamente, y esa calles también absolutamente intrascendentes, rostros y sombras de seres, pierden la carga de ser tenidas en cuenta y de ser tazadas para una cuenta futura o inmediata, se elimina también de esta manera los ensayos y garabatos mal trazados sobre el tiempo y el espacio.
En un quiebre del lenguaje y del pensamiento, “se aisla” definitivamente el hecho de creación, esta pureza definida por Macedonio como el inicio de la metafísica, es el nuevo significado que volverá a redefinir toda nuestra obra.
No es una corrección sobre los papeles y los borradores, con esa mirada petulante y enceguecedora que suelen darnos los años por el solo impulso de haber escuchado, leído o creer vivido más de la cosmética de la cultura, este hecho banal de acumulación no solo confunde al poeta o creador, sino la mayoría de la veces o su lector, ya que la mayoría de la veces accede a la obra y al mismo tiempo al diccionario de sus pre-juicios y a la enciclopedia de la justificación del camino recorrido absurdamente por el creador.
En esta barricada se suele instalar la posibilidad o el milagro de la creación, en este territorio espinoso e intelectualmente a propósito cargado de dificultades, el maquillaje de los autores fue la tarea fundamental de las décadas anteriores o quizás de siglos anteriores, como saberlo en definitiva, si todavía hay universidades de lengua y literatura debe ser que el hecho todavía no ha sido resuelto.
Que hubiera pensado Cervantes, 400 años atrás de su obra, de su efecto y de sus causas y de este revuelo universal por encontrarle explicación a un pensamiento fuera de su estado de razón y de manejo, queriendo dar hoy explicaciones y similitudes y dobles enseñanzas con cuestionamientos del hombre no de la literatura, cuanto más perfecto que todo ese cuento de Borges, otro escritor que en definitiva te presenta la opción posible para las obras sublimes, cuando ese traductor Pierre Menard se vuelve él mismo Cervantes y traduce absolutamente igual el “Quijote”, con la misma lengua, con la misma cantidad de palabras, con la misma esencia… Cervantes descansa entonces finalmente, y Borges también y pronto será el turno de tu obra si así lo deseas y lo entregas al próximo traductor que en ficción y en realidad copiara cada una de tus palabras, si estas son merecidas no para las explicaciones que busca el mundo, sino para ese misterio inconsciente que solo se llamará poesía, y que el mercado y la ciencia ahora llaman Literatura tan solo con el afán de acumularlo todo.

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