11 octubre 2008

COTIDIANEIDAD

Vuelvo a mi sombra, al centro original del silencio, al espacio del pensar al costado mismo de la voracidad del hombre y su naturaleza, esa humana y escasa sustancia en la que al fin ha sido.
Afuera, una tridimensional puesta sonora de unos pájaros sin ser vistos, y ese gorjeo, ese canto desesperado que alguna vez inventó mi lengua, alucinó mi inconsciente, ahora es solo un grito de tiza y fiebre sin reposo de los árboles, sin la aguda mirada de mi niño cazador, sin mi sabiduría de anciano en herencia.
Una guardería sintética de sonidos vibrando a baja frecuencia del vecindario DISTRAÍDO.



Con demencial violencia aparece colocada entonces la escenografía del mundo y su encierro, con precisión aritmética aparece la ciudad y sus fetiches interminables del consumo.
Un perro ovillado en sí mismo en el medio de la calle tiene más sentido dormitando en la visión exacta…
Unas sombras iban y otras venían como hechas en cartones parlantes y ese olor primario a (“hombre-encerrado”) que lo era todo.



La luna blanca del día subió una palma sobre el borde de las casas y tomo distancia de la seca en suspensión celeste.
Es primavera igual en este páramo demasiado real, demasiado humano para esta imagen.
Sobre las ramas se anunciaban pequeños brotes verdesgrises alentados tan solo por la saliva y el canto de esos pájaros.
Y la sombra de la tarde que se expande buscando una vez más como hace siglos La Alianza de los Sin Miedo.



En esta alianza habíamos hecho todo, pasamos del dolor al placer, del éxtasis al miedo, del amor al espanto, del silencio de cuerpos inertes a la encendida locura, del sexo a la nada, de la nada a la dimensión más vasta del instinto compartido…
Sin embargo fuera de la habitación aún seguía sobrándonos la noche.

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