La cuna de fuego
Llegó raudamente y desensilló el zaino, ofuscado el animal pidió agua enseguida aún antes de que le quitara el freno, había sido una jornada agobiante para ambos tratando de encontrar ese ternero perdido y herido allá después del viejo maizal, el cardo no perdona, menos cuando está seco y aquí de lluvias ni hablar, el cielo azul abovedado empujaba lejos las nubes impidiendo milagros.
Dejó el sombrero donde su costumbre, y ya estaba listo el fuentón con agua fresca, que Juliana y los chicos casi jugando con el sonido de la cadena y la roldana sacaron del fondo del aljibe, se quitó entonces las polainas de lonas a rayas y empujo instintivamente las alpargatas a un costado.
La tarde en Tabay, descomponía su calor al máximo tiñendo el horizonte de un rojo azulado, lejos, sobre el sur del pastizal una primera estrella se anunciaba y traería viento, ya han pasado los siriri, pero para esto faltaría un rato.
Aquí Ovidio, respiró en silencio, y se sirvió uno, o quizás dos mates, acarreados en otro silencio desde la cocina por Wilma, la segunda de sus hijas mujeres, adolescente, que traía puesto un solero con flores que precisaba las líneas de su cuerpo, ya como si fuera una mujer de edad imprecisa para esa hora de la tarde y para un hombre como él, demasiado ocupado en quehaceres del campo.
¡Todas estas cuestiones del tiempo y su paso, apagó al fin la noche!
Bajo la sombra del parral, “el sol de noche” a cierta distancia amontonaba los bichos en círculo, y en un catre estaba Fernando el más chicos de los hijos hasta entonces, luego serían once, dormía, mientras la abuela Juliana con su pañuelo le daba un airecito espantando el sofocón del día.
Sentados en círculo, en la oscuridad con la mirada al norte y en silencio están el abuelo Ovidio, Amalia, Delio, Wilma, Ricardo y Carlitos escuchando a unas leguas de distancia como el baile comenzaba en el Club Social.
En la oscuridad de la noche, los espectadores de ese universo contaban estrellas, la cruz del sur, los siete cabritos, las tres marías y otras inventadas, mientras ráfagas de música llegaban de vez en cuando, ante el shhhs del abuelo, para escuchar “ese” bandoneón, un acordeón, tres guitarras y un contrabajo que ejecutaba un tal Cáceres dijo, otra ráfaga, las voces de “Vera- Lucero” y ese bandoneón que llenaba de lágrimas los ojos del abuelo, “El taita del Chamamé” está tocando volvió a decir, ante el silencio de los niños.
Cerquita en el catre la abuela movía los brazos espantando pensamientos y calor con su pañuelo, mientras Fernando abría de vez en cuando los ojos, inquieto.
En el Club Social había baile y sapucay, aquí, en este patio, silencio sagrado para escuchar la noche y esa música “Para ti compañera, El Boyero, Zunilda, Retorno, Imploración, Rincón dichoso”.
Después de muchos años, cuando le preguntan a Fernando como aprendió a tocar al bandoneón, él responde humildemente, “solo nomás”.
Cuando yo lo veo tocar algún tema del taita, y su frente se llena de sudor, me parecer ver a la abuela Juliana con su pañuelo dándole un airecito para acercarle aquél sueño único en el catre de esa noche de verano, cuando en Tabay tocó el Taita.


0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal