En corceles de plata estos hombres, surcan el cielo de esta patria pobre del
trabajo, valiosos jinetes que emprenden el camino hacia el alba, cual navegantes
inquietos toman las distancias exactas de la curvatura del mundo, de la tierra,
del tiempo, de esa loma amaneciendo…un polvo detrás de esas sombras, ellos
flechas de sangre delatan el paso del tiempo, contar las horas, los días, ese
simple desperdicio de los hombres comunes y sus tristes fábulas, héroes en
tierras tristes, amputadas a tiempo de todas las cosechas y todas las tormentas reparadoras
de las desdichas y las fallas, acaso Dios es perfecto entonces!!!
En las
alforjas nada más que semillas, errante destino de los santos fundando milagros
con la misma humedad que nace de su cuerpos, ahí, las manos son como raíces de
un vegetal extraño, con esa marca, con
ese sello, que fundará la lluvia, la que
agazapada como un tigre hace … polvos que espera, hace cenizas que aguarda con
el rayo rojo en un mano, con el relámpago de los siglos en la otra , milagro
que sabe abrir en la noche los ojos de ese niño en la cuna para que tenga al
fin canto esta batalla de los hombres perdidos.
Sobre la
gramilla reseca del maíz entonces, los pájaros agoreros de la muerte danzan en
desorden, empujando las palabras hasta perderlas en las fogatas del indio y su
espera marrón de vientre nativo, solo el barro original resiste toda esta
palabra anticipada de la conquista.
Es una
batalla pactada, necesaria, sabia, en silencio de las razas los dioses levantan
sus banderas, dioses inferiores solo
poseedores del orden, de la métrica, de la cuenta que se inicia ahora, siempre,
como un relincho de caballos encolerizados de sangre y pólvora.
En la
selva, frutas, sabiduría, mantra sagrado como un juego, hechicería perturbadora
del ser todo llamado a silencio.
Sobre el
borde del continente de la Europa se apaga la pólvora y el odio.
Sobre el
borde de la América, los pájaros se llaman a silencio, mientras se anuncia una
estrella…
El tiempo
entre ambos, es una serpiente azul brillante de la Atlántida, en sus escamas de
siglos viajan todavía sin destino crucifijos y palabras.