24 enero 2018

quieto

Desde el patio, ese sonido del infinito de esos pájaros alentando a la mañana, nostalgiando el amanecer para esos hombres ciegos de las horas…
Retumba a destiempo otro sonido, el de la bronca diría, el del pan negado par los hombres del trabajo, y ahí va una vez y otra sobre el yunque de su quieta mañana…
En silencio, sin embargo el cuchillo azul de los ancestros, filoso, como una sentencia… vertical arremete contra ese páramo de nubes grises, que hace un siglo lo persiguen, a él a su raza, a su estampa, a su familia…
Cruje el alma del andante, desgarra feroz su materia, su cárcel, sus horas inútiles sembrando sobre la loma de la nada, nada estuvo ahí, cuando de milagros se trata, esa otra farsa a solas con su dios, para cuando el sudor regrese…
En la fiebre de los solos, de los héroes, gris los ojos en el poniente, bandadas de pájaros negros que graznan sobre su piel reseca de las heridas, de haber arrancado con sus manos el trigo de la cizaña, y todas sus horas muertas…
Se quita el hombre aquel, digamos que se llama Venancio para que resulte cierto…acomoda el ala de su sombrero, mira la última luz de la tarde en esa bóveda de siglos, de lejos ve cabalgar en polvareda a las estrellas que llegaran, que llegaran sin embargo como siempre…
Seca su rostro con su fina camina celeste abrochada en el puño, que aprieta sus venas azules, atrapando ese torrente de los siglos y se seca las gotas de sudor de su agrietado rostro del atardecer… y mete las mano en la alforja, sabiendo que quizás solo le quede secretos y vientos y lluvias y yugos y arados para el mundo de los otros…
Y siembra, y arroja los milagros de esa semillas, con el nombre de sus hijos, de sus nietos, de los que vendrán por esa siembra!!!!!!

“Quietas barajas españolas sobre el paño… sobre la aldea,  amarillo el resplandor de la mañana de junio, el sabio tiempo del  nacer de las cosas…Me pregunto casi analfabeto en estas horas, a que se debe este ovillo de plumas de mis ideas”…


huelllas

LA PUERTA.
Ella estuvo allí parada como un fantasma... de esos que suele escupir el misterio del mar... el cabello largo,  negro-ceniza,
sobre  los  hombros... como empujado y enredado todavía por el viento, un viento viejo (pensé)... un vestido negro largo, cubría su delgado cuerpo... más fantasma que cuerpo... más misterio que mujer... alcancé a escuchar su nombre, que salía como un silbido, desde su boca pequeña... cuando me dijo "me llamo Sara"...
Fue lo último que recuerdo... cuando intenté alcanzar sus manos para saludarla... yo estaba otra vez en los caminos del sueño...
Entré con la mano extendida... en ella llevaba la  flor de la higuera,  la que yo consideraba mística, y segunda pista para la teoría del punto... caminaba en silencio, como cada vez en  el ingreso de este sueño... recorría las tumbas... abiertas y secas,
con las primeras señales que deja el tiempo del abandono... mi
cabeza  no  paraba de contarlas, estaba entre las últimas, casi
envuelto en la maleza... aparté unas ramas de tala... y  volví a
estar frente a la última de las sepulturas... toqué la lápida, dura de piedra, recorrí con los dedos, como un ciego... intentaba
buscar ese nombre... pero nada, todo estaba borrado, dejé como con
desesperanza, la señal que llevaba... lo dejé no con el convencimiento, de que sirviera para algo, sino como quién deja solo una
flor... en la tumba de un muerto, que ya lleva varios años ahí...
como quien espera la resurrección, cuando los tres días, ya han
pasado de sobra...
Algo estaba diferente, el sueño se estaba prolongando demasiado,
aproveché y caminé hacia la punta misma de la barranca, y disfru­té del paisaje... lo bello del paisaje... las montañas, en varios tonos de grises y amarillas, se mezclaban como un   juego perfecto... comenzaba  a caer la tarde, y el sol siempre buscaba
meterse entre esa boca abierta que dejaba el río camino al  sur, una boca no muy ancha, pero profunda... entre este lado de la
tierra, y un puñado verde de islas... el atardecer, siempre recor­daba los ecos de una batalla... cañones, artillería, gritos y los
barcos  incendiados... las tardes ahí, como el sueño que a mí me
persigue... en el cual ahora estoy dentro... siempre recuerda  lo mismo.

LA GUERRA.
Con los ojos, viajando hacia el horizonte, sentía como el sol se
me iba metiendo también en el cuerpo... como si yo fuera el paisa­je mismo... el sueño comenzó a inquietarme... y la noche tendió su
trampa como siempre, algo había cambiado de pronto... yo ya no
debía estar aquí pensé... la gramilla crujió, como cruje el miedo
en  la infancia... la noche se cubrió de sombras... sombras mons­truosas, sombras de nada... ahí estuve yo, parado en la punta misma
de la barranca, la más alta de todas... el miedo avanzaba como la
peste, el miedo gritaba, con la locura de la fiebre y venía a  mi
encuentro... abrí  los brazos, tal vez esperando una salvación
divina... pero la enorme noche estrellada, ahora no estaba
cerca... el cementerio entero fue la trampa, el sueño otra vez fue
la trampa... yo lo sabía, pero quería salvarlos... sentí los brazos
rígidos  del ejército, el ejército de las sombras humanas,  frías
como el metal de sus ojos... ocho brazos, tal vez más, rodearon mi
cuerpo... yo quise gritar, pero fue imposible... nada se puede
gritar dentro de un sueño... nadie puede escapar de su sueño...
Y me dejé llevar, por aquellos hombres, que creyeron en mi
traición... a los cuales yo intentaba salvarlos... mi cuerpo se
aflojó, y solo fui parte de esa noche de miedo... vi millones  de ojos  rojos, enormes... habitando con desesperación los desiertos
caminos del insomnio, sentía el jadeo de sus cuerpos, en busca de
una gota de sangre, de una gota de sueño... creí en ese instante,
que morir era una causa justa... pero tal vez solo podía alimen­tar, a no más de uno... quizás más... quizás a ninguno...
Yo debía ser el mensaje, no los símbolos que  intentaba encon­trar, en mis absurdas teorías... pero también entendía que estaba
un  poco lejos de ésta raza... la simple posesión del sueño... me
colocaba en una posición, sagrada para ellos... mis captores, en
el camino, más que apresar mi cuerpo, buscaban contagiarse con
aquello, que ellos habían perdido definitivamente...
Yo, no solo era un hombre diferente, además venía de aquél lugar,
donde soñar, era cosa de todos los días...
Me parecía rara la experiencia, ser capturado... en un sueño, que
no podía durar más de la cuenta... yo despertaría y todo se acaba­ría... pero lo que más me atormentó después... fue el pensamiento de que... si ellos lograban apoderarse del elixir del  sueño... tal
vez  yo ya no podría volver... dudé, cuando pronuncié ésta última
palabra.
Me colocaron cerca de la que yo reconocía como mi tumba... me
dejaron  acostado,  con la cara hacia arriba... ni siquiera me ataron las manos, solo estaba... todos estábamos de alguna manera
esperando algo... o a alguien...
Cuatro fogatas fueron encendidas, con algo de rama seca... aque­lla ceremonia, me parecía demasiado real para que suceda en un
sueño... pero más que apariencias... en mí estaba firme el deseo de
volver... de salir de ése sueño, el que todavía me atormenta... solo que esta vez duraba más de la cuenta...
Recorrí en silencio, solo con la mirada, el rostro de los guar­dias, buscando encontrar algún rostro conocido, no hace tanto creo, yo también fui parte de ése ejército... pero nada me parecía familiar... traté de descansar, buscando las estrellas más bri­llantes... conocía de sobra las figuras que formaban entre ellas,
pero igual, también las fui repasando... en el fondo de mí, quizás
por  un pedido de mi memoria... intenté retener todo lo que pude,
como concibiéndolas desde otro sitio... quizás por última vez... quizás por primera vez, desde un sueño...
El amanecer, que siempre sabe alejar los males, me pareció... que
tal  vez no llegase nunca... fue la primera vez que experimentaba esa sensación... y sentía piedad por los hombres que ahora espera­ban algo de mí... yo también esperaba algo  secreto, algo que todavía, no puedo asegurar de que se trata... algo tal vez para compartir con esos hombres de madera...
Ya es el tiempo dijeron todas las voces, como si todos los
tiempos, que a mí me atormentaban solo fuesen uno, justo en ese
lugar... las fogatas estaban ahora más cerca... creí que quemarían
mi cuerpo... sentía el fuego, no como un dolor, sentía el fuego
como  el misterio, como el gran misterio de la vida, dentro del
misterio de la noche... dentro de éste misterioso sueño.
Las fogatas, solo servían para iluminar mi cuerpo un poco más, ya
no sentía el miedo del comienzo, tampoco sentía ganas de huir, lo
creía imposible... jamás creí que se podía escapar de un
sueño... todo siempre sucedía ahí dentro...
La  ceremonia comenzó, desde el fondo de la noche, seis figuras
vestidas de blanco, comenzaron a examinarme con sus ojos enormes, casi al rojo vivo, como si fueran una braza incandescente... los vi acercarse, eran también parte del ejército, uno de ellos me grito traidor, mostrándome la hoja, en la cual intenté explicar
la teoría del punto... otro solo me arrojó la flor de la higuera y
no dijo nada... el tercero, con voz implacable dijo...  ya hemos esperado demasiado tiempo ! ... y todo el ejército de los hombres de madera, gritó lo mismo... !Ya hemos esperado  demasiado tiempo!... los rostros se desdibujaban por la luz y el humo de
las fogatas, tomando un aspecto, que espantaría al mismo di­ablo... no opuse resistencia, cuando comenzaron a
desvestirme... solo esperaba poder despertar, tenía que
hacerlo... solo eso podía salvarme, aunque no sabía de qué...
La  noche tuvo otra vez el tamaño del silencio, del silencio
feroz... que vive entre el sueño y la vigilia... cuando sentí una
mano fría, que recorría mi cuerpo... y luego se metía sin dolor en
el fondo de mi pecho... sentí crujir la carne, y el desgarro de
los músculos, sin el menor dolor absoluto... todo tenía para mí el
tamaño de la sorpresa, más aún... cuando ese hombre que profanaba
mi  cuerpo... sacó las manos en sangre, y como si fuera una  fruta
madura, comenzó a saborear el rojo jugo, de mi sangre... solo un par de gotas, fueron a dar, en algo parecido a un tubo de
ensayo... que le alcanzaba otro de los hombres que estaba cerca...
El, levantó el tubo y se lo mostró a la multitud, que rompió el
silencio del sueño, como si fueran animales sedientos, y luego
pidieron más...
Este brujo o médico, sonrió cerca de mi cara, y me beso la
mejilla,  con una extraña sensación a venganza... yo conocía ese
sentimiento, porque muchas veces sentí, esa especie de beso que
daban los hombres mediocres solo para robarse mi magia...
Luego  del  beso, pidió una de las antorchas, volví a  ver esa
cara... esa  absurda cara de todos los hombres del mundo, con los
ojos en el dinero... con el corazón, latiendo la ambición también
más absoluta... en esa única cara, sonrió una vez más... y en el
hueco de mi herida, metió la antorcha encendida... el fuego cerró
mis ojos... con todas esas estrellas adentro, las que tal vez vería
por última vez, pensé... y sentí más fuego... y más...
Cuando desperté, estaba tirado en la cama, Sara me colocaba unos
paños fríos en la frente... yo temblaba de fiebre, y gruesas gotas
de sudor, casi tallaban mi espalda...
cuando la fiebre pasó, después de un largo rato... pude  preguntar
algo a aquella mujer, que se movía por mi casa, como si siempre
hubiera  vivido en ella... Sara me alcanzó a la cama un  plato de
sopa caliente, y con una caricia casi maternal me quitó, el  paño
frío de la frente...
" Hola soy Sara "  volvió a decirme como aquella vez, en que abrí
la puerta... yo le pregunté que había pasado...
Sara me dijo, que hacía tres días con sus noches, que esperaba a
que  alguien  abriera la puerta, cuando nadie contestó,  decidió
probar... y la puerta estaba abierta, volvió a llamar pero nadie
salió, entonces fue hasta la habitación y ahí estaba yo,  profundamente dormido, decidió esperar y así pasaron dos días y más...
Pero hoy, sobresaltado por mis gritos, empezó a tratar de apaci­guarme la terrible fiebre...
Sara estaba vestida igual, que cuando golpeó a  mi puerta, yo juraría que la atendí, pero no recuerdo nada más.
Sara  venía del mar, del viejo mundo, su acento de española la
hacían doblemente encantadora... me contó que nació en Sevilla,
pero  que viajó hasta el puerto de Sanlúcar de Barrameda... y su
barco ya la esperaba ahí, en pleno Golfo de Cádiz, me dijo que no fue fácil llegar hasta ahí... que el primer recorrido lo hizo a lomo de mula,
ya que seguía los mandatos y los deseos de su abuelo,  deseos que pronun­ció antes de morir..." se llamaba Hermógenes" recuerdo que me dijo... desarmó su pequeño bolso de viaje, me mostró su boleto
para su viaje en barco hasta la Argentina... todavía lo conservo,
después de muchos años...
Luego, sacó un libro enorme, de tapa azul, y su bolso había
quedado completamente vacío...
Esto es lo que he venido a traerte, me dijo, éste es el mandato
que yo debía cumplir.

HUELLAS

Seguía las huellas sobre el barro de una zona baja, había dejado arenas y montañas de un lugar conocido como el Toropí, era una tarde de algún otoño suave podía sentirlo en la brisa que dejaba entrever su viento sobre mi rostro desconocido, y desconcertado del resto, como la mueca de un fósil  donde lo que ha hecho daño no es el paso del tiempo sino la posesión total del mismo.
Seguía las huellas de unos animales por esos senderos que saben marcarlos, como pequeños ojos de aguas algunos, o como esmeraldas celestes que daban inmensidad igual a ese reducto olvidado por los designios del dios y su belleza; los arbustos espinosos y bajos sangraban mis brazos como una prueba de que ambos estábamos en desafío constante, ellos perdiendo virginidad de no haber sido tocados jamás por el pulso humano, y yo, entregando unas gotitas de sangre que se volatilizaban en al aire, las menos, las otras como sanguijuelas se quedaban adheridas a mi piel secándose al instante dejándome este tatuaje de un primer contacto con algo de vida.
Las voces de los pájaros del lugar, poseían voz y eco a la vez, como una naturaleza desconocida por mí, canto y dispersión y no hallazgo de su progenitor, y luego más gorjeos, que quedaban resonando sobre las paredes de las montañas más lejanas, y desde allí volvían en secuencias perfectas por horas diría, o meses, o noches, al fin de nada servirían las cuentas aquí, ni ya en ningún lugar.
Las capas de voces, se iban multiplicando algunas perfectas, una sobre otras perfectas, miles, una sobre otra, voces primero de la misma especie, luego de otras, intercaladas como un laberinto interminable.
En la noche imagine la aparición de sus dueños, de esos pájaros, ahora siluetas saliendo de la tinta de un creador que poseía todo en unas hectáreas pequeñas de médanos y de arenisca, de arbustos, de nubes similares, de sensación distante, de estados de olvidos de manera inversa, como despedidas que regresaban con sus adioses de mano levantadas y llantos y dolor, y todo esto fuera solo una mueca absurda de una máscara teatral obsoleta, de toda una raza inútil de mí, y de miles de hombres similares en el resto del mundo que creí mío y conocido.
Aquí caí de rodillas lo juro, sobre el barro de este origen vertí una lágrima que en suerte sobrepasó mi cuidado y mi moral y fue cayendo presumo en un tiempo todo, con todas sus voces y sus elementos, su mañana, su tarde y su noche y fue a buscar regazo en un pequeño remolino de un charco, y eso fuera todo, misión cumplida de belleza toda, y luego esa vacío sagrado de tarea cumplida y toda la redondez del mundo con sus formas para descubrir, para recoger un plumón de una ala y ponerle nombre a ese pájaro por primera vez, con ramas pequeñas armar su nido y con fuego entibiar sus pichones, y con otras ramas inventar los árboles y con piedras de colores crear ciudades y templos, donde jamás habitarían hombres ni dioses, solo un sueño, solo eso.


Recordé entonces a Sara, su llegada a mi puerta, su brisa transparente y suave, reparadora de este infierno- hombre que me posee.
Con esta sagrada pertenencia acaricio los pétalos de unas flores amarillas de un jardín a mi paso y veo como suave se mecen las hojas y los frutos de un mango señal de que el viento ha pasado y que es un milagro presentirlo, detrás, en colores púrpuras y naranjas las nubes se arremolinan  con unos vestigios finos de pájaros en las sombras, atardece entonces sobre esta cara del mundo, sobre un diciembre de hombres apresurados, sobre voces interminables en la calle, sobre mentiras, sobre voces impostadas, sobre aquél pecado de las palabras, que de a una recorre los senderos para perderse en el inicio de la noche.
Antes de este milagro, me pregunto donde te has ido, pregunto si ese lugar no esta al fin dentro mío y por primera vez acaricio la navaja, como si fuera el primer amor, y siento el metal en al alma, como siento el paso del tiempo y la espera de tu beso, del primero, del que ha sido, del único beso que completó tu forma para siempre, porque eres eso Sara, todo desde el beso hecho con mis salivas, con la sal de mi cuerpo, con la arena de mi tiempo y de tu tiempo, y este germen del amor que estuvo hambriento como un pinchón huérfano en esa noche de mayo, bajo ese resplandor, que ilumino lo cierto, que lo hizo entonces para siempre, y fui hombre por tu beso, y que antes fui solo un torbellino de siglos, una tormenta de átomos dispersos, de cualquier dios, de cualquier galaxia, de cualquier muerto o vivo, o raza, o guerra o pólvora, o nada…
Estará entonces la saliva de tu beso en mi cuerpo me pregunto y llevo la navaja hacia mi pecho y siento que el sueño me gana su primera batalla, sobre la forma de tu cuerpo en el sillón.

Conmovido estaba entonces por este pensamiento, de la calidez del recuerdo de esa boca y de ese beso, nostalgia-viento-herencia, en círculos el tiempo como una bandada de caranchos y mis huesos en descomposición desde la vértebra inicial al resto, casi una melodía pre- establecida, un canto cierto un cuento de niños presumible, el cazador atrapado manso en el desacierto absoluto, una víctima lastimera, pobre sombra pasando las horas mortales… y el eco aquél el que me trae tu nombre es el mismo que me recuerdan los gritos de la guerra, una guerra de hombres, de razas, una guerra en mí mismo presumo como así mismo presumo el sin final de esta historia.

Vendrá tu beso entonces inventado como es costumbre, inventar tu nombre, inventar el sonido de la voz que te nombra, tu mundo, tu continente, el mar que te trajo el puerto del amarre y el viento que empujaba al destino, ese sentencia mentirosa que dice que nada se debe modificar, solo con la firme intención de bajar los brazos abatido…


Sara, recoge flores silvestres los jueves en ayunas para el rito, creo verla agazapada como una fiera detrás de ese follaje brillante de rocío, la mañana no decide todavía levantarse para darle tiempo necesario a este milagro…
Sara recoge flores, para amanecer al mundo, rosas y claveles, primaveras y margaritas como en un cuento de niños, como el niño que ahora sospecho lleva en su vientre, que ella acaricia con esa su mano silvestre, con la misma que empuñó la espada en la Europa, con la misma que marcó los mapas en el océano, con la misma que calmó mi fiebre una noche, y esa noche fueron todas una y para siempre, con esa mano que acaricia su vientre derribó las fronteras entre el sueño y la vigilia, agitó los vientos necesarios para volver arena a las montañas y luego las hizo tiempo y con esa  misma mano también lo deshizo una vez, y en la fogata de objetos inútiles el tiempo se convirtió en ceniza, tan solo en eso.

Con flores, Sara, en un instante de la curva del mundo sin amanecer le ofrece sus pechos de leche materna para que beba esta tierra árida de la pólvora, porque quiere dar a luz un niño en paz y no pide nada más… del cordón umbilical conectado a ese latido mineral de un niño apresado por el embrujo de la noche, con su boca roja de la venganza casi muerta… sobre el frío de esa espalda la de Sara, se mueven animales marinos enormes del miedo de los poetas, de los guerreros, de los hombres y sus tormentos, con ese latido del niño venido desde la noche del mundo…Sara escucha los ejércitos del mundo que avanzan sobre sus hombros como reptiles envenenados, pero con un rezo los espanta debajo de la cruz del sur.

Ofrece sus pechos Sara, al surco, al campo abierto, a la toldería incendiada por la barbarie, leche y agua bandita es la lluvia, la lluvia que llega por nacer al niño, la buena lluvia, la santa lluvia que despierta esos muertos por última vez para esa oportunidad que ya nadie busca…

Sara, es un resplandor, un relámpago en la tarde sobre la barranca roja… aprieta en las manos ese manojo de flores, silvestres del mundo, ese secreto guardado por miles de años para ese su niño que nacerá al fin en América, AL FIN Y AL CABO en tierras de arena, gris de la espera de la ausencia de las semillas… en esas mismas montaña que fueron presa del cañón de la batalla y del hambre, de la muerte, de la peste, de la fiebre amarilla de la cólera, de la ambición de la raza, de la codicia y de la barbarie…
Nacerá por fin en América ese niño, falta poco para que amanezca, falta poco.



plenitud

VA CIANDO
Ante tanta demanda de palabras, a veces uno debe vaciar el cuerpo, como esos finos huesos ahuecados de pájaros,  o como cáscaras, vaciando de sangre y de venas a todo el cuerpo, dejando espacio para un resplandor, para la luz, para que algo de nuevo ilumine.
Y así estaba, con más de 50 horas de viajes en la ventanilla, yendo y viniendo, viendo un paisaje verde de pastizales crecientes, de pájaros anónimos en vuelos hacia puntos infinitos, y en ellos también iba yo perdido  a veces en bandada, a veces en vuelo solitario, intentando alguna justificación de aquí y de allá, como en que en algún destino fuese cierto entre ciudades, algo verdaderamente… y en esos viajes un día corrí las ventanillas y vi que ese paisaje giraba en círculos, hacia sus espaldas, porque al fin pensé que regresaba, después sonreí ante esa posibilidad poco cierta… en un viaje ya no hay indicaciones hacia dónde.
Y otras de esas mañanas que el mundo quizás parece llamarle vacías, una nena con un burbujero, y con un viento empujado, de esos vientos de ahora, que no se sabe si son del este, del noreste,  del norte, del oeste, un viento raro como los de ahora,  cálido o frío como son ahora,  empujado por un viento del este, o del oeste, de esos vientos raros de ahora,  empujaba simples burbujas y yo quise atrapar una, y ella frunció el ceño, pensando que yo quería algo no era mío, después entendió que sí que necesitaba, que jugaba
Y entonces entendí, que ya no tenemos permiso los poetas y la poesía….para la soledad
Eso debe ser algo extinguido
entonces si en este mundo que intenta que intenta exterminar a la poesía y a los poetas

Aun asi , aun asi existe el milagro de la plenitud.

23 enero 2018

a marcela

Esas infinitas manos, invisibles, para el apuro….son las que mueven el mundo!!
El barro original, el cuerpo húmedo de esa costilla, el espejo infinito de las formas, el viaje hacia la arcilla de américa.
Atraviesa esa fiera femenina la mañana, seca de ese monte, perfume de aromitos y arboles espinosos tatúan su cuerpo en el chaco, ardiente y rojo atardecer, que hace sagrada a la semilla, a la que el dios del barro dota de paciencia, para esperar ser parida …por esa gota
a diminuta de una luna azul, que ahí en ese territorio, reemplaza a las lluvias, casi para siempre.
Aquí, en la quietud…del ahora, las campanas sordas del pueblo, dan las seis, juega ese canto con tus manos, de barro, de colores necesarios para esas palomas d paz del mundo, para esa misa de las vírgenes, que ríen niñas, que escapan de las vidrieras, para jugar con su marcela niña….el instante es poco curdo, a pasos de los pasillos de los viejos dogmas, de la fe caliente para los que aún creen en los imposibles, en la protección divina, con esos ojos tuyos al cielo, verdes como un antigua pradera, hay un gracias, para eso que mueve tu mano invisible de alfarera para el mundo.
Una mano más de mujer labriega, Marcela, que se une o tras, en la selva de amazonas, en la cordillera andina, en la cintura vegetal de américa, en esas redes atrapadas de pescadores en sus pequeñas canoas al garete, ese canto de esos pájaros música de tu fino pincel que se desliza por la cintura María en cinta, porque nacerá de tu mano el niño santo, ….entonces pintemos estrellas para eso….pintemos en tu nombre pesebres para nazca el niño arte, y que sea tu aman de artesana la que le dé el pecho en estas tierras.
Por ahí andarás Marcela, con tu  rostro de sonrisa wipala, y las manos extendidas para el afecto, para el abrazo…… para la vida, para los hijos….para nosotros que solo te vemos de a rotos en los permisos de lo sagrado, imposible que no le des forma con tu arte a este encuentro, ahí vienen tus manos cargadas de arcilla, húmeda, en celo…para parir encuentros que tengan los colores que has soñada…restauradora de tiempo!!!!!!


agua

Una gota, una grieta
También pudo ser un beso sagrado, buscando esa gota de agua, instinto inocente de niño, sincero sobre la tierra sin mal tapado por la civilización…
El impacto, la foto, la otredad, todo el asombro estaba ahí, sediento ese niño animal, aquí en el norte donde los calores son urgentes y las plazas pocas…más para un niño que viene de visita a lo que somos nosotros, desde la cada vez más escasa selva misionera.
Hace unos años en un viaje a colonia La Flor (El Soberbio), me recibió el cacique Alejandro bajo un bello durazno, nacido en esa tierra de senderos rojos y paredes de intenso verde, en esa posta inicial sabiamente el cacique “descongeló en mi la cosmogonía infectada de la abundancia”, con pocas palabras certeras.
Descubrí entonces lo buscaba, un amanecer de pájaros, un atardecer eterno, un anochecer de estrellas y ahí seguida la espesa bruma de humedad que nacía de la selva, todos los días como un rito.
Por esos senderos una mañana unos 50 niños me guiaron en un juego del idioma y una mezcla animal, bajamos unas laderas en galería, unas piedras oscuras y húmedas y ahí estaba la maravilla del “arroyo paraíso”, torrentoso, brillante, en él, los más de cincuenta niños en toda la desnudez de origen iniciaban para mí el rito de los regalos, un puñado de mariposas, un puñado de piedritas brillantes, unos caracoles, para ese “yuruá” (blanco), estúpido, conquistador, mezquino, condición en la que llegaba a esas tierras.
Así, quedé perplejo ente tanta y sencilla maravilla, aún hasta hoy difícil de describir, y menos que menos de reintegrar, devolver, hacer justicia, asistencia, caridad, ante un pueblo aparentemente “pobre”.
Recordé una primera imagen “sobre una hojita finita de la gramilla mojada aún por el rocío, dos mariposas se tocaban apenas sus alas y luego como en un juego se alejaban, tanta felicidad acumulada, en tan solo una gota de agua”
Para colmo, este diciembre arde en las plazas de la lucha, de las divisiones marcadas, de la grieta que al fin también es cultural, quizás ese niño entonces mamaba desde el acuífero esa sagrada gota cargada de paz para el mundo, y en nuestra urgencia vimos otra cosa.

Quizás sin nombre todavía ese niño, porque en el rito donde también se vuelve todo tan urgente, “que bajará su nombre para el alma” quizás aún no ha sido, y pudo más la cacería, la hambruna, la enfermedad, la venta de esas baratijas para el mercado, con esos ojos perdidos de su madre, y entonces siguiendo huellitas de tapir, o buscando el sabor del yabotí, fruto dulce del amor, se perdió en la plaza…y anduvo olfateando como un felino, hasta que halló el lugar para todo, esa conexión umbilical con todo al fin, naturaleza, nombre, religión, cosmos, estrellas y planetas, estiró su lengua en hueco de la tierra caliente de Misiones, y extrajo el néctar en esa gota, brillante, y en ella vio sus ojos por primera vez, y en esa gota vio a su padre traer al hombro el tapir para la reunión familiar, y sintió el sabor de esa carne, y pudo presentir reunir los huesos de ese animal, para armar de nuevo el rompecabezas del mundo, del único al fin, donde siento que estoy ahora, y en donde el calor descongela mi pobre cosmogonía…es una gota sagrada de agua de paz, que está ya en la boca de ese niño nacido quizás para ser Cacique, o mago, o brujo, o sacerdote lejos de toda la otredad que solo ve con su ojo de lástima y de pobreza.