A Federico, Gómez
lo conocí hace años, llegaba la pueblo empujado por algún coloniero que lo
trajera en su “chata”; y de ahí desplegaba sus trámites en el pueblo, la
mayoría era encontrar gente con la cual “conversar”, justificaba su cortesía
porque siempre estaba impecable, humilde pero preparado para cualquier encuentro,
gorra coloniera para saludar, y una bolsa pequeña con algunos duraznos de su
cosecha, Federico para mi era un poeta más que agricultor.
El otro, Ignacio
Chamorro, desde que se vino al pueblo hace medio siglo en la colonia Progreso
fueron olvidando su apellido, así que la memoria de la infancia de los amigos y
vecinos se resignó a amputar su apellido y a nombrarlo de vez en cuando…que pa
será de la vida de Ignacio, seguido de un silbidito de algún chamamé de los
hermanos Ortíz “la tierra no tiene dueño”…
A este último,
Ignacio, solo lo fui conociendo por relatos de unos de sus hijos “Abelqui” mi
amigo “El Bocha” el fanático del fútbol, el loco, coleccionista dirían en el
pueblo, yo lo conocí tratando de armar un banderazo en homenaje a Diego
Maradona cuando cayo internado, pero esas es otra historia.
Federico e
Ignacio fueron amigos, anduvieron esas siesta cerca de Isla alta, ondeando
iguanas, y escuchando esa canto raro fantasmal de la siesta de la picuí, o la
invisible monjita blanca, descalzos los dos sobre ese interminable territorio
de la pobreza, cuidando la alpargata para la escuela, y comiendo níspero, o
guayabo, u unas mandarinas atravesando algún alambrado, y esa complicidad jamás
se olvida, ni la vergüenza ante el pizarrón en el aula de la escuela de San
Pedro, nada hacía suponer que esas letras y esas sumas sirvieran para algo en
ese paisaje, que se descubría cada siesta, cada tarde, a lomo de pelado de
caballos, ante la rigurosidad del “chicote” que ambos los igualaba.
Fue una de esas
siestas que ya muchachos casi, bajo las tablas del puentecito del arroyo,
pescando unas tarariras, se despidieron sin saber…el canto del arroyo San Pedro
anudo junto al viento unos cantos de esos pájaros, y con su maleta de ilusiones
Ignacio una vez se vino a Bella Vista para siempre.
Federico Gómez,
extendió su chacra pasado el tiempo y me contó una vez como logró atrapar al
gusano del durazno, y de ahí supo tener la mejor fruta de la zona, poco, pero
buena cosecha; todavía me parece verlo con su planchadita camisa a rayas,
contándome ese asunto del gusano.
Aquí mientras
tanto sobre un andamio Ignacio, (Chamorro) ya junto a sus hijos mayores estaban
en otra ciencia, la albañilería, y no les iba mal; en la radio “Pampa y cielo”
y un silbido largo suspirado del hombre, parecía le llevaba hasta ese lugar de
la memoria “ese remanso calmo” de siesta en la colonia.
El tiempo pasó
nomás, Doña María esposa de Ignacio se murió en pandemia, y el albañil pisando
los 80 esto le pereció demasiado, y ahí fue todos los días intentado de rabia
morir un poco, aunque la ciencia y la medicina se lo fueran haciendo difícil,
todos los días me contaba de esa lucha “el bocha”.
Alla, entre “el
lapachito y otros cruces de camino” Federico, quedó una siesta recostado sobre
el catre, y un torbellino de viento mezcló todos sus pensamientos”, solo
parecía recobrar la calma cuando comenzaba a florecer el duraznal, aunque ahora
el gusano de la peste lo buscaba dentro de cabeza; no era tristeza las lágrimas
de sus ojos, era desatino, y entonces calló apretando vaya a saber “que
palabra”.
Ignacio
(Chamorro) y Federico Gómez, no se habían visto por los menos en los últimos 5
años, ni de paso, no se contaron ni las tristezas, ni las alegrías de la forma
que solo ellos sabían hacerlo, nada supo uno más del otro.
Hace unos días
Ignacio, fue traído al sanatorio Plaza por sus hijos, en Corrientes ya no había
mas nada por hacer, mas que esperar la muerte y sus horas, ahí se turaban sus
hijos por horas y días para eso que ya se sabe, “Bocha” me contó que estaba en
la pieza 15.
A dos piezas de
distancia en el mismo pasillo preso del Alzheimer callado estaba Federico
Gómez, su amigo.
Federico Gómez,
creo, se levantó al alba sin saber porque llenó de gritos el sanatorio con una
única palabra ¡Ignacio!! Ignacio….Ignacio!!!!
con tanta fuerza que tuvieron que atarlo a su cama.
Durante tres días
Federico, el de los duraznos, gritaba su nombre con furia de vida, con peso de
memoria, con fuego de amigos. !!!! Ignacioooooo
Ignacio ya con
los cerrados, apagó sus latidos una siesta, sintió que alguien tomó sus manos
además de la de sus hijos, se fue a buscar a María su Amor, sintiendo el canto
del arroyo San Pedro niño, y algún vuelo de paloma de su infancia, corriendo
por el camino con él venía Federico, que
venía detrás tan solo un día detrás.