12 agosto 2016

PATON
En ese abrazo, en esa vibración ancestral del fuego, en ese temblor de la semilla del alma, en ese viajero anidaba LA PALABRA. Esa sustancia amamantada por siglos sobre el agua, ese monstruo con las escamas grises de saberlo todo…en el remanso, en el amarillo de la chispa de la luz del remo apartando camalotes… En el néctar naranja de la melancolía, ese de llevar a cuestas los mil niños de barro, los niños del adiós en la costa ingrata, ese filoso borde de las despedidas. Acaso la tormenta interminable del silencio de los días sobre esa cáscara, como nave, que apenas murmura latir de vida, esa, que completa al fin su cuerpo solo para un expediente terrenal del vez en cuando. Con esa mirada, desplegada sobre el mapa de su alma/verdad, arremete indicado el viento sur, contario de sus horas, alejador de destinos precisos, prueba innecesaria de su derrota contra el temperamento de este animal marino. Pero es prueba al fin, y feroz golpea con furia en las tardes largas contra la caja de su pecho y de sus huesos “Cometa Viajera” de la infancia. En otro instante pegado a este, un rosario de pájaros, siluetas negras en el misterio de la fe, le entregan oraciones en lenguas sagradas, para su único alimento, ciego motor del navegante para espantar al fin todos los males, en el anticipo de otro puerto… Hermano, amigo, hueso, espuma verde de esos amargos en el amarre, algo vibra en ese animal marino que nace de los ríos interiores, pisa Patón tierra firme, los ojos en lágrimas…la piel curtida, el corazón bombea… y ruge la palabra, la primera, la imprescindible, la que llena de VERDAD para siempre a toda la casualidad del encuentro.